Pues sí, majetes. Nuestro país cuenta ya, según apuntan todos los indicios, con un millón uno de ecuatorianos llegados en tropel desde los manglares, la cordillera andina y la selva amazónica, indistintamente, muchos de los cuales se han presentado aquí con su visado de turista en regla, sin que al parecer a las autoridades (in)competentes les sorprendiese el repentino interés de la bronceada marabunta guacamaya por visitar España. Eso supone una verdadera sangría para el diminuto país que da nombre al mayor de los meridianos, que cuenta con poco más de 12 millones de almas, así que uno pensaba en su infinita ingenuidad que algo estarían tramando las autoridades de aquel país para paliar la fuga en su inodoro. Digo esto porque, días atrás, el embajador de Ecuador en España abrió su bocaza para proponer lo que -intuíamos- sería alguna suerte de remedio a la desbandada. Pero nos equivocábamos, ya que el diplomático salió por petenereas y, ni corto ni perezoso, reclamó a España que a los portadores de la Peste Parda se les enseñe en su país de adopción (léase España) la macanuda historia de su país de nacimiento, "para que no olviden sus raíces". Y yo me pregunto para qué coño quiere un guambra conocer la historia de su "gloriosa nasión" si ha sido defecado ya aquí en la Madre Patria o lleva viviendo en ella más años de los que ha pasado apacentando llamas allá en su tierra natal.
Pues nada, que les enseñen en las superpobladas aulas de nuestros colegios, entre reyerta y reyerta con la mara rival, que los malvados hispanos, que encima eran blancos y les sacaban dos palmos, fueron los causantes del desplome de la cohonuda civilización precolombina, cuya obra cumbre fueron unas pirámides algo chaparras remedo de las egipcias; eso sí, construidas 4.500 años después de que los habitantes del Nilo lo dejaran estar al percatarse de que era una estupidez aquello de poner unos pedruscos tan enormes unos encima de otros para dar sepultura a un fiambre que además se había comportado como un tirano despiadado. Me cuesta entender los lloriqueos de estos especímenes por la destrucción de su supuestamente sofisticada civilización, cuando a la sazón su atuendo consistía en poco más que unas cuantas plumas y un rostro más pintarrajeado que la jeta de una puta cincuentona; y sacrificaban a sus guambritos a no sé que dios para que no les vomitase su lava encima, que les dejaba hecho unos zorros el taparrabos de los domingos. Y, se siente, pero ninguno de los templos de Cuzco resiste comparación alguna con las formidables catedrales góticas que se levantaban por entonces en la vieja Europa de la antesala del Renacimiento y los valores humanistas. Y los relieves esos con serpientes que labraban hasta en los retretes no tenían precisamente la factura de las esculturas de los españoles De Siloé, pongamos por caso. Que no cuela, vaya.
Pues nada, que les enseñen en las superpobladas aulas de nuestros colegios, entre reyerta y reyerta con la mara rival, que los malvados hispanos, que encima eran blancos y les sacaban dos palmos, fueron los causantes del desplome de la cohonuda civilización precolombina, cuya obra cumbre fueron unas pirámides algo chaparras remedo de las egipcias; eso sí, construidas 4.500 años después de que los habitantes del Nilo lo dejaran estar al percatarse de que era una estupidez aquello de poner unos pedruscos tan enormes unos encima de otros para dar sepultura a un fiambre que además se había comportado como un tirano despiadado. Me cuesta entender los lloriqueos de estos especímenes por la destrucción de su supuestamente sofisticada civilización, cuando a la sazón su atuendo consistía en poco más que unas cuantas plumas y un rostro más pintarrajeado que la jeta de una puta cincuentona; y sacrificaban a sus guambritos a no sé que dios para que no les vomitase su lava encima, que les dejaba hecho unos zorros el taparrabos de los domingos. Y, se siente, pero ninguno de los templos de Cuzco resiste comparación alguna con las formidables catedrales góticas que se levantaban por entonces en la vieja Europa de la antesala del Renacimiento y los valores humanistas. Y los relieves esos con serpientes que labraban hasta en los retretes no tenían precisamente la factura de las esculturas de los españoles De Siloé, pongamos por caso. Que no cuela, vaya.