Si el annus horribilis que nos acaba de abandonar nos ha dejado un millón de ratas pestilentes más y nuevos récords en cuanto a criminalidad en general y a violencia doméstica en particular, 2008 promete no defraudar, ya que la primera fiambre a causa de la violencia de género en España es una británica que ha recibido de su maridito alemán una puñalada en el corazón como regalo de cumpleaños y la segunda una rusa acuchillada en Torreviejalicante por su maromo ucraniano (¡dulce mestizaje!). Y como no hay dos sin tres, el tercer caso de violencia de género del año entrante ha tenido como protagonistas a una pareja de ecuatas. Por lo que parece la difunta, haciendo honor al topónimo de la población gerundense de Salt donde residía, saltó desde un segundo piso tratando de huir de su pareja y se hizo papilla.
Si es difícil calcular el porcentaje real de mujeres maltratadas por sus maridos, ya que muchas agresiones no se denuncian, aún lo es más poder llegar a saber cuántas de esas agresiones las cometen extranjeros, pues los datos suelen hacer hincapié en la nacionalidad de las víctimas, no en la de los verdugos. Así, sabemos que el 39% de las mujeres asesinadas sólo en los primeros meses del año pasado eran inmigrantes, cuyas parejas son casi siempre también extranjeras. Además, no pocas mujeres españolas son maltratadas o pierden la vida a manos de sus maridos o compañeros llegados de lejanos confines, donde el machismo y la violencia contra las mujeres son el pan nuestro de cada día. Para ilustrar esta afirmación basta con recordar casos recientes como el del angoleño que agredió en estado de embriaguez a su mujer española delante de su propia hija. O como el del paki Ahmed, que asestó 23 puñaladas a María Ángeles, su novia española, que ahora debe encontrarse entre los ídems allá en los cielos. Y todo por flirtear con el enriquecimiento multicultural.
A veces, incluso, los desperdicios foráneos no tienen empacho en disparar a indefensas niñas de diez años, como hizo en Torrejón de Ardoz un inmigrante dominicano, aunque el cafre en cuestión goza de una bien merecida nacionalidad española y aparecerá en las estadísticas criminalísticas como el machito español que asesinó de un tiro en la cabeza a su propia hija. Aunque a veces, en vez de a impúberes, prefieren acuchillar a ancianas septuagenarias, como la alimaña belga que cosió a puñaladas a una anciana en la localidad alicantina de El Pinós. Y no es de extrañar que la cosa vaya a peor, pues el inmigrante que acabó con la vida de su ex novia ecuatoriana en Gandia (Valencia) había amenazado a ésta y a su nuevo compañero sentimental con que los mataría a ambos y saldría de la cárcel en 15 días, porque España es así. Y a fe que no se equivoca el matarife.
En contadísimas ocasiones el agresor es español y la agredida extranjera, aunque a veces pueden justificarse las reacciones violentas por despecho, como en el caso del profesor valenciano que al regresar a su domicilio tras un viaje a Cuba se encontró a su pareja nigeriana en un ménage à trois con dos negratas y decidió darle un cachete a la africana pelandrusca, que en el colmo del cinismo encima lo denunció a la policía.
Éstos y otros muchos hechos semejantes han llevado al sociólogo Amando de Miguel a afirmar que los nativos somos violentos, pero que los extranjeros nos dejan a la altura del betún en cuanto a violencia de género. Por eso España –a pesar de los ímprobos esfuerzos de nuestros huéspedes para invertir esa tendencia- es uno de los países civilizados que registra una menor tasa de agresiones en el entorno familiar.
Y hasta la muy políticamente correcta Montserrat Comas, presidenta del Observatorio de Violencia de Género, un órgano que depende del Consejo General del Poder Judicial, ha advertido del vertiginoso incremento de este tipo de delito entre los varones de importación, pues el índice de agresores entre éstos es de cinco por cada millón de habitantes, mientras que entre los españoles es de sólo uno. Es decir, cinco veces menor.
El hispanista Ian Gibson definió en una ocasión a España como un país de buena gente, que acoge con los brazos abiertos a ciudadanos de cualquier rincón y condición. Pero, como decimos los valencianos, el que és dos voltes bo, és bobo.
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