¿No os habéis preguntado nunca por qué vuestro kiosquero, ya un venerable ancianito que lleva toda la vida levantándose a las 5 de la mañana para abrir su modesto negocio y que además trabaja los siete días de la semana jamás ha podido reunir el dinero suficiente para mudarse a un local un poco más amplio, nada del otro mundo, pero donde uno pueda mover un brazo sin tener que pedirle permiso al otro? La respuesta os la puede proporcionar él mismo, así como tantos otros vendedores, que saben lo caros que que resultan los alquileres, y no digamos ya la compra, de bajos comerciales. No obstante, cierto tipo de negocios parecen ser capaces de desafiar a la usura de los propietarios de este tipo de inmuebles y proliferan como hongos por doquier. Nos referimos a los locutorios. Sin ir más lejos, en mi humilde barrio hay abiertos cinco, y la cosa parece ir a más.
Bien es sabido que los inmigrantes, a diferencia -incomprensiblemente, o no tanto- de los autóctonos, gozan de ayudas para montar sus negocios, como por ejemplo la exención del pago del IAE durante uno o incluso varios años; tal es el caso de chinos y pakistaníes, que en el país de los pícaros prolongan tal situación cambiando el nombre jurídico, el de la empresa, o bien traspasándolo a un compatriota. Pero aún así un locutorio requiere una inversión verdaderamente elevada, mucho mayor que la de, pongamos por caso, una carnicería halal o una verdulería hindú o pakistaní, ya que los aparatos telefónicos y los ordenadores de que suelen disponer los locutorios tienen precios muy elevados. El dinero necesario para ponerlos en marcha no se obtiene mediante créditos, ya que según se dice los inmigrantes llegan a nuestro país con una mano delante y otra detrás, carecen de recursos y en la mayoría de ocasiones de cualquier oficio o beneficio... conocido.
No obstante, los lectores de prensa ávidos saben que rara es la semana en que en algún lugar de la geografía española no desmantelan alguno de estos turbios negocios, que están casi en su totalidad en manos de individuos extranjeros. Se ha vuelto tan habitual el que se descubra que un locutorio era en realidad la tapadera de unos malhechores que los empleaban para el blanqueo de dinero negro, como lo es la detención de traficantes de hachís magrebíes, de coca colombianos, de proxenetas rumanos o de maltratadores y pendencieros ecuatorianos, por citar sólo algunos ejemplos de la fauna delictiva que parece haber encontrado en España una auténtica reserva natural protegida y quien sabe si también promovida desde aquí.
Según afirma un estudio del diario La Razón publicado hace unas semanas, el blanqueo de capitales está en nuestro país en manos de colombianos, que invierten en propiedades inmobiliarias, obras de arte y sacan el dinero del país a través de los locutorios que ellos mismos montan. Es decir, Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como.
En otro periódico, en este caso alicantino, leemos que se ha descubierto recientemente un locutorio que actuaba como tapadera de una banda dedicada al robo en viviendas. El dinero, las joyas y otros objetos robados eran canalizados a través del locutorio para su posterior venta o salida del país. En algunos casos, como éste en particular, los locutorios pertenecen a ciudadanos musulmanes, que para más Inri en muchos casos financian así el terrorismo islamista, como quedó demostrado con las primeras detenciones tras los atentados del 11-M, en las que resultaron inculpados algunos dueños de este tipo de siniestros negocios.
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