El 2006 no podía haber empezado mejor: las víctimas de las primeras muertes violentas han sido una marroquí en Marbella, un argelino en Córdoba, otro marroquí en Bilbao y un rumano en Carabanchel. Si además tenemos en cuenta que el 73% de los ciudadanos enviados al talego durante el año pasado no habían nacido en la otrora bella y tranquila geografía española, las estadísticas dejan lugar a la esperanza. La otra cara de la moneda es que muchos de los primeros nacimientos acaecidos en el recién estrenado año han sido hijos de los siempre prolíficos alóctonos.
Y ya van cinco años consecutivos en que los primeros neonatos españoles son hijos de padres apalancados en este acogedor país nuestro. En el caso de Valencia, los padres son colombianos y han bautizado a su retoña con el poco común nombre de Valentina, quizás en honor de la ciudad que la ha visto nacer, ya que que lo habitual hubiese sido estigmatizarla de por vida con un sonoro Melanie Vanessa o con un Jéssica Ricarda, que también es un bello onomástico. La madre se encuentra de puta ídem, asegura que lleva 5 años residiendo en la capital del Turia y que se siente como en casa. Literalmente.
Bueno, como yo no soy de los que me cojo una cogorza para celebrar supuestos felices eventos como el rutinario paso anual de diciembre a enero, invertí la mañana del día de año nuevo dándome un garbeo por mi multicultural vecindario, casi desierto aún a pesar de ser las once de la mañana, y con los comercios cerrados a cal y canto, por ser uno de enero y además domingo. Las únicas excepciones, como de costumbre, el locutorio-badulaque de la esquina y una especie de colmado regentado por unos marroquíes donde no entra ni el polvo y que encima tuvieron el acierto de ubicar en un punto equidistante entre una verdulería, el típico ultramarinos de barrio de toda la vida donde acuden las viejecitas en busca de palique y un Consum, todos siempre a rebosar. Cómo sobreviven los sarracenos sin vender ni un clavo es un misterio digno de Milenio 3.
Y aquí lo extraño: en la misma calle pero unos metros más adelante y en la acera contraria me topo con un rebaño de cobrizos a la puerta de unos bajos que parecen estar siendo reformados. ¿Con qué fin? Levanto la vista y me sobresalto al contemplar un letrero de Mahou y debajo mismo del rótulo con la marca del néctar andino por excelencia la palabra locutorio. Quizás sea por mi escasa afición a viajar, pero es la primera vez que veo un antro de estas características anunciándose cual vulgar tugurio tabernario. ¿Una llamada gratis al Ecuador cada cinco cañas? Es el cuarto establecimiento similar que abren en la zona y llevan ya camino de desbancar en número a los bazares chinos.
No lejos de aquí hay también una pollería de evocador nombre -el Pollo Salsero-, que a su vez es Döner Kebab, extraña mezcla entre el Punjab y los Andes, aunque el hedor a llama delata al encargado. Sin embargo, lo de la cervecería-locutorio es si cabe más extravagante. Aunque bien pensado, el binomio sudaca-birra no resulta tan bizarro.
Y ya van cinco años consecutivos en que los primeros neonatos españoles son hijos de padres apalancados en este acogedor país nuestro. En el caso de Valencia, los padres son colombianos y han bautizado a su retoña con el poco común nombre de Valentina, quizás en honor de la ciudad que la ha visto nacer, ya que que lo habitual hubiese sido estigmatizarla de por vida con un sonoro Melanie Vanessa o con un Jéssica Ricarda, que también es un bello onomástico. La madre se encuentra de puta ídem, asegura que lleva 5 años residiendo en la capital del Turia y que se siente como en casa. Literalmente.
Bueno, como yo no soy de los que me cojo una cogorza para celebrar supuestos felices eventos como el rutinario paso anual de diciembre a enero, invertí la mañana del día de año nuevo dándome un garbeo por mi multicultural vecindario, casi desierto aún a pesar de ser las once de la mañana, y con los comercios cerrados a cal y canto, por ser uno de enero y además domingo. Las únicas excepciones, como de costumbre, el locutorio-badulaque de la esquina y una especie de colmado regentado por unos marroquíes donde no entra ni el polvo y que encima tuvieron el acierto de ubicar en un punto equidistante entre una verdulería, el típico ultramarinos de barrio de toda la vida donde acuden las viejecitas en busca de palique y un Consum, todos siempre a rebosar. Cómo sobreviven los sarracenos sin vender ni un clavo es un misterio digno de Milenio 3.
Y aquí lo extraño: en la misma calle pero unos metros más adelante y en la acera contraria me topo con un rebaño de cobrizos a la puerta de unos bajos que parecen estar siendo reformados. ¿Con qué fin? Levanto la vista y me sobresalto al contemplar un letrero de Mahou y debajo mismo del rótulo con la marca del néctar andino por excelencia la palabra locutorio. Quizás sea por mi escasa afición a viajar, pero es la primera vez que veo un antro de estas características anunciándose cual vulgar tugurio tabernario. ¿Una llamada gratis al Ecuador cada cinco cañas? Es el cuarto establecimiento similar que abren en la zona y llevan ya camino de desbancar en número a los bazares chinos.
No lejos de aquí hay también una pollería de evocador nombre -el Pollo Salsero-, que a su vez es Döner Kebab, extraña mezcla entre el Punjab y los Andes, aunque el hedor a llama delata al encargado. Sin embargo, lo de la cervecería-locutorio es si cabe más extravagante. Aunque bien pensado, el binomio sudaca-birra no resulta tan bizarro.
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