Don't drive drunk

No lo digo yo, sino el fiscal del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, Sr. Pedro Poyatos: se registran múltiples casos de ciudadanos extranjeros que beben en exceso, especialmente los fines de semana, y que cuando llegan a casa rematan la juerga zurrando a la parienta. La palma se la llevan los sudamericanos y los ucranianos, insignes beodos y avezados maltratadores en el ámbito familiar.

Para ilustrar las afirmaciones del Sr. Poyatos podemos citar varios casos, como el del ecuatoriano que circulaba en contra dirección por un puente hasta que colisionó con otro vehículo provocando tres heridos y que se negó a que le practicasen la prueba de alcoholemia, ya que presentaba síntomas evidentes de haberse mamado una botella entera de Convidado de Baco, un brandy barato que se vende en Mercadona, de enorme éxito entre los desechos migrantes, según fuentes de todo crédito.

O como el súbdito de Evo Morales, al que cazaron mientras manejaba por una carretera de Orihuela (Alicante) con una tasa de alcohol en sangre cinco veces superior a la permitida, la mismita que otro ecuatoriano que se llevó por delante seis vehículos estacionados en una calle valenciana y que estaba tan tajao que ni siquiera fue capaz de salir del coche sin ayuda.

Claro que las veleidades etílicas de los inmigratas no se limitan a cuando se ponen al volante, pues cualquier momento y lugar les es propicio para coger una señora cogorza, como la que se pillaron 300 (¡trescientos!) andinos en el antiguo cauce del Turia, por donde ya no circula agua pero sí alcohol etílico a raudales.

Aunque la chusma alcohólico-foránea no sólo frecuenta los jardines del Turia, la mayor letrina al aire libre de la ciudad de Valencia, botellódromo de iberoamericanos que intentan ahogar sus penas en pinta tras pinta de Mahou y hogar de subsaharianos desarrapados que el promotor de la Alianza de las Civilizaciones envía a las ciudades gobernadas por la extrema derecha. Así, se les puede ver en zonas como Abastos, la Avenida de la Plata o el antaño tranquilo barrio de Lebón, ahora transformado en un gueto amerindio donde tras alguna de las frecuentes reuniones culturales panandinas se han llegado a recoger hasta 374 botellas de contenido alcohólico esparcidas por parterres y canchas deportivas, donde se practica de todo menos deporte.

Así, no es de extrañar que el año pasado aumentasen en casi un 34% los tratamientos a inmigrantes debido al abuso del alcohol, particularmente entre los latinajos, que suponen casi un 53% de los casos tratados, seguidos por los eslavos y los rifeños. Desafortunadamente, uno de éstos atropelló mortalmente hace poco a una niña de sólo dos años en Bellreguard (Valencia), dándose posteriormente a la fuga, probablemente por exigencias coránicas, así que no se lo tengamos en cuenta, caray. El magrebí carecía de permiso de conducir válido en España y sólo contaba con el expedido en su país. O lo que es lo mismo: carecía de permiso de conducir.

A veces son ellos mismos las víctimas de sus excesos alcohólicos, como le ocurrió a cinco individuos de nacionalidad peruana y dominicana que perecieron integrados -bajo las ruedas de un autobús- cuando regresaban al distrito madrileño de Villaverde después de haber estado empinando el codo de lo lindo en las fiestas de San Isidro.
























Se da el caso de los fines de semana en los que muchos inmigrantes beben en demasía y luego conducen